martes, noviembre 12, 2013

Los Caños de Internet

Resumen:

 Las revelaciones sobre espionajes masivos en las comunicaciones ha puesto  de relieve  el problema  de la soberanía  digital.  Brasil  está planteando diversas medidas para garantizar que sus comunicaciones por Internet no tengan que pasar necesariamente por Estados Unidos. Tender nuevos cables submarinos para diversificar los cauces de información es una de ellas.

Consultado en [http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2917-2013-10-21.html]

Los Caños de Internet




La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, anunció recientemente que el servicio postal nacional lanzará su propio sistema de correo electrónico encriptado y gratuito. El objetivo es asegurar que la información de los brasileños se gestione con aplicaciones confiables y se almacene en    servidores locales de forma segura. La idea es evitar puertas traseras o    presiones que abran la información a las agencias de seguridad de los EE.UU., como ocurre, según las revelaciones de Edward Snowden, con las aplicaciones diseñadas por empresas de ese país. Es que, con más o menos entusiasmo, las grandes compañías de Internet se han sometido a las leyes que permiten monitorear información que pertenece a extranjeros. La excusa para tanta violación a la privacidad, como ocurre desde hace tiempo, es la lucha contra el narcotráfico, el lavado de dinero, la pedofilia, etc., aunque en la práctica permite monitorear globalmente la actividad de políticos, empresas y activistas, además de robar información industrial y económica. Para peor, ni siquiera los EE.UU. tienen la exclusividad del espionaje: según revelaciones recientes, Canadá, a través de su Agencia de Seguridad en Comunicaciones,  espió al Ministerio de Minas y Energía brasileño. Cómo se relaciona esto con la lucha contra el terrorismo es un enigma.

Un servicio de correo electrónico diseñado y alojado localmente daría más seguridad al contenido que circula en los mails de los brasileños. Pensemos que actualmente un correo que va desde, por ejemplo, Florianópolis a Río de Janeiro a través de una cuenta de Gmail o Hotmail pasa necesariamente  por servidores alojados en EE.UU., es decir, bajo su jurisdicción, con todo lo que eso implica. Lo mismo ocurre para los argentinos que escriben a un vecino si usan esos sistemas, por supuesto.

Un correo propio, diseñado en forma transparente, sería un gran paso adelante, sobre todo si se hace con código abierto para que la comunidad sepa qué ocurre con su información; cuando se compra tecnología privativa y cerrada sólo se conocen los datos que se ingresan y los que se obtienen, pero no lo que ocurre en el medio.

INTERNET SIN EQUILIBRIO

Un servicio de correo propio es un gran paso adelante, pero dista mucho de ser una solución definitiva. Es que si bien Internet fue pensada como una red donde la información circula por caminos alternativos, lo cierto es que casi todos los cables de fibra óptica conducen a los EE.UU. Es en ese país donde se encuentra la columna vertebral de la red de redes. Esto se refleja en que una persona paga menos por el tráfico que genera una página web si ésta se encuentra en los EE.UU. que si está en, digamos, Rosario. Aun si la mayor parte del público que la usará es argentino.

Esta estructura desbalanceada  de los cables de fibra óptica que constituyen Internet hace que cualquier información que se transmita desde América latina hacia Europa, incluso si es enviada desde un servicio brasileño y servidores locales, pase casi siempre por los EE.UU. Además, los grandes caños de fibra óptica que cruzan los océanos son propiedad de un puñado de corporaciones muy vinculadas con los servicios de inteligencia. Según se supo recientemente,  la NSA (la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana)  pedía información regularmente a una de las más grandes, Global Crossing. De hecho, en 2002 esta empresa estuvo a punto de quebrar y ser comprada por dos empresas, una de China y otra de Hong Kong, pero el gobierno de los EE.UU. lo impidió, por considerar que la empresa contenía “infraestructura  crítica” para su seguridad. Finalmente, en 2011 otra compañía del rubro, Level 3, también estadounidense,  compró a su competidora en problemas por cerca de tres mil millones de dólares.
EL SUEÑO DEL CAÑO PROPIO
En este contexto, cualquier intento de desarrollo autónomo e independiente implica evitar también los cables que pasen por los EE.UU. Y los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) parecen dispuestos a lograr ese objetivo para evitar que los bits con información estratégica sigan derramándose hacia los servicios de inteligencia y, desde allí, hacia las corporaciones amigas.
 Por eso es que, además de servidores y software, estas neopotencias saben que necesitan controlar también la estructura física de Internet. Hace más de dos años, los Brics, a instancias de las empresas promotoras Imphandze Subtel Services e i3 Africa, iniciaron un estudio de factibilidad para tirar por debajo del océano un cable de 34.000 km., con un extremo en la costa este de Rusia, que pase por China, India, atraviese el Océano Indico hasta Sudáfrica y luego cruce el Atlántico hasta Brasil. El resultado fue aprobado y recientemente Dilma Rousseff anunció oficialmente que los Brics llevarán adelante el proyecto. El cable, cuya instalación costará unos mil quinientos millones de dólares, comenzará a funcionar a más tardar en 2015. El nuevo tendido permitirá, además de mayor privacidad, conexiones más rápidas entre estos países y los potenciales negocios que surjan de allí. Y la conexión también mejorará, aseguran, la conectividad de toda Africa con el resto del mundo a través de este cable y otros que la misma empresa tendió sobre el oeste del continente, además de dar a Sudáfrica un rol fundamental en el continente.

Los caños de los Brics significan una mejora sustancial, pero no definitiva en el camino hacia una soberanía tecnológica. Es que no parece haber garantías: hay versiones bastante verosímiles sobre submarinos especialmente diseñados para pinchaduras a profundidades enormes. Los cables están enterrados cuando se encuentran cerca del continente, pero luego simplemente se depositan sobre el lecho oceánico. Algunos exagentes de los servicios de inteligencia revelaron que hay submarinos capaces de recogerlos hasta unas cámaras en las que se los opera con cuidado. Las dificultades técnicas son enormes y además está el problema de interpretar el chorro de incontables bits que circula confusamente por ellos, lo que hace dudar sobre la verosimilitud de la versión. En todo caso, si existen, el nuevo cable de los Brics será, seguramente, un objetivo que justifique el esfuerzo ante las dificultades para interceptar la información de otra manera. El resto del combo necesario para acercarse a la soberanía digital (aunque nunca hay garantías de privacidad absoluta) implica nuevos estándares de criptografía no “aprobados” por la NSA (ver Futuro del 14/9/13), sistemas operativos de código abierto, una nueva forma de coordinación de las reglas en Internet (ver “Internet multinacional”) y un público que opte por estos servicios (ver “El marketing de la soberanía”).

Brasil parece embarcado en un camino que será largo y arduo. También ha solicitado a corporaciones como Facebook o Google que almacenen la información sobre sus ciudadanos en servidores locales. No están claros los tiempos ni los mecanismos de control que se aplicarían para lograr el objetivo. Y por último, hay rumores de otro cable submarino más que los conecte directamente con Europa.

PASO A PASO

El espionaje de la NSA se demostró masivo y ya nadie puede dudarlo. Pero para comprender el significado de las iniciativas brasileñas y el desafío que implican para la hegemonía norteamericana, cabe recordar que no todas sus víctimas respondieron de igual forma. Por ejemplo, los europeos se indignaron brevemente, pidieron “explicaciones” a los EE.UU., y aceptaron sin chistar las deshilachadas respuestas que les brindaron: entre otros, Barack Obama, quien aseguró que “no se puede tener un ciento por ciento de seguridad y un ciento por ciento de privacidad” y John Kerry, secretario de Estado, quien afirmó que su país “no hizo nada fuera de la ley”. El detalle es que la legislación de su país permite espiar a los extranjeros.

La lucha que se visualiza hacia adelante es complicada y no será fácil. Es necesario recordar que China, uno de los países socios del Cable de los Brics, lidera el mundo en materia de control y monitoreo de Internet para sus propios ciudadanos. Es decir que independencia respecto de un poder no implica, necesariamente, una independencia y libertad totales.

En cualquier caso este primer paso despierta ciertas expectativas en una atmósfera digital que se vuelve cada vez más asfixiante y la multipluralidad resulta un buen paso para equilibrar una Internet que ahora –no quedan dudas– está totalmente desbalanceada.

Ropa “Inteligente” para Vigilar el Estado de la Salud

Resumen:


Vestir ropa digital. Llevar un laboratorio pegado al cuerpo. Esas son algunas  de  las promesas  del desarrollo  las  nanotecnologías.  Ya existen  prendas  provistas  de  sensores  físicos capaces de medir temperatura corporal, el ritmo cardíaco o la tensión. El siguiente paso son los tejidos inteligentes con  sensores químicos capaces de detectar precozmente problemas de salud. Aunque su llegada al mercado puede llevar algún tiempo, la investigación para crear esas prendas ya está en marcha.

Consultado en  [http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/03/nanotecnologia/1336065302.html]

Ropa “Inteligente” para Vigilar el Estado de la Salud



La ropa del futuro llevará incorporada  sensores capaces de controlar nuestro estado de salud. De forma inmediata, los datos se transformarán  en señales eléctricas que podrán ser enviadas a un ordenador  o a cualquier dispositivo móvil, como un teléfono, para que las interprete un médico o el propio usuario.

Los llamados tejidos inteligentes están viviendo en los últimos años una gran transformación gracias a los avances en nanotecnología. Y si ya existen prendas con sensores físicos, capaces de medir la temperatura corporal,  el ritmo  cardiaco  o la tensión,  el reto  ahora  es desarrollar  detectores  químicos  que  puedan analizar  los fluidos corporales,  como el sudor y la orina. El investigador  argentino  Francisco  Andrade lidera un proyecto en la  Universidad Rovira i Virgili (URV) para crear un tejido inteligente con sensores químicos que, según asegura, podría estar en el mercado en menos de cinco años.

Para Andrade, se trata de un campo en el que queda mucho por explorar: "Con una red de información que abarca ya casi todo el planeta,  lo único que falta es obtener  información  directamente  del mundo físico. Podemos enviar imágenes e información, pero si somos capaces de incorporar sensores en la vida cotidiana  se  puede  transformar  el  planeta  en  un  lugar  inteligente",  señala  a  ELMUNDO.es   en conversación telefónica.

Pañales con sensores


La ropa que incorpore sensores químicos será útil para deportistas  y para cualquier persona que quiera controlar su estado de salud. Pero también puede ser una nueva herramienta para vigilar el estado de los bebés. El grupo de investigación de Quimiometría, Cualimetría y Nanosensores de la URV del que forma parte  Andrade  trabaja  también  en el desarrollo  de pañales  con  sensores  químicos  de creatinina  (para analizar la orina) y sensores de trombina (que detectarán sangrados y otras biomoléculas).
El sistema alertará a los padres si los resultados sugieren que puede haber algún problema de salud. El precio de estos pañales, que serán desechables, no será un obstáculo, vaticina Andrade, pues el coste de fabricación de los sensores será muy bajo.

La clave está en los nanotubos de carbono. Las fibras de algodón se tiñen en una solución elaborada con una pequeña cantidad de este material, de modo que la prenda conduce la electricidad. Después, se recubre  con  una  membrana  polimérica  (una especie de barniz con receptores químicos).

De esta forma, el tejido es capaz de detectar las  sustancias  presentes  en  el  sudor  o  la orina. Cuando localiza una sustancia en concreto, se genera una señal eléctrica que es monitorizada: "Funciona como  una neurona",  resume  el  investigador.  Por ejemplo,   los  datos  recabados   por  el  pañal podrán ser enviados al móvil de los padres.

Nanotubos de carbono


Los   nanotubos   de   carbono   que   se   utilizan   para   elaborar   el   tinte   son   estructuras   compuestas exclusivamente  por átomos de carbono que combinan una serie de propiedades mecánicas y eléctricas inusuales,  lo  que  los  convierte  en  una  herramienta  muy  útil  para  fabricar  nuevos  dispositivos  y materiales. Se trata de tubos con un diámetro de apenas un nanómetro, es decir, un millón de veces más pequeño que un milímetro. Es el material más duro que se conoce, capaz de soportar cargas muy pesadas y de resistir densidades de corriente eléctrica muy superiores a los cables de cobre.

El  investigador  subraya  que  el  objetivo  a  la  hora  de  desarrollar textiles  inteligentes  no es sustituir  a los análisis  clínicos tradicionales  ni  a  los  médicos,  sino  ofrecer  una  nueva herramienta  para  detectar  de  forma  precoz  cualquier problema de salud.

Desarrollar sensores químicos es una tarea compleja y aún quedan obstáculos tecnológicos por resolver. Por ejemplo, los científicos investigan  un método  para lavar estos tejidos sin que pierdan  sus propiedades. La solución que han encontrado, de momento, es introducir el nanosensor en tiritas, que son colocadas directamente en la prenda o en un botón de la ropa.

De nanotubos de carbono


 El investigador  cree  que  en el futuro  se podrán  llegar  a medir moléculas  biológicas,   lo  que  permitirá,   por  ejemplo,  vigilar  a distancia el estado de salud de un soldado. Sin embargo, se muestra cauto a la hora de dar plazos para la comercialización de estas prendas: "Hay que diferenciar entre lo que es tecnológicamente  posible y lo que  va  a  llegar  al  mercado",  matiza.  "Con  fibras  textiles  inteligentes  se  puede  confeccionar  una chaqueta  con un aspecto  convencional  que lleva  instrumentos  de laboratorio.  Prácticamente  te podrás vestir con un ordenador", asegura.

Hundiéndose en un mar de Hipótesis

Resumen


En medio del Pacífico, entre Australia y Hawai, están las islas Kiribati, un archipiélago coralino para el que los efectos del cambio climático pueden ser letales. La escasa altura de algunas de sus islas las hacen muy vulnerables si el nivel del mar sube lo que algunos pronostican para el final del siglo XXI. Las alternativas para sus habitantes hacen que en estos territorios se anticipen los retos ambientales de otras zonas litorales en el mundo.

Consultado en [http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2689-2012-04-28.html]

Hundiéndose en un mar de Hipótesis


 En tren de soñar con unas vacaciones reparadoras, la imaginación suele depositarnos en alguna isla del Pacífico bien alejada de los problemas cotidianos. Casi a mitad de camino entre Australia y Hawai se encuentran unas islas que los folletos de las agencias de viajes promocionaban  en los años noventa como lo más parecido al Paraíso en la Tierra por “sus únicas aguas color turquesa rodeadas por palmeras”. Tan bello destino no era otro que Kiribati, una nación del Pacífico central –formada por tres conjuntos de islas bastante lejanas entre sí, las Gilbert, las Fénix y las Line– que por asuntos muy diversos gozan cada tanto de unos cuantos minutos de fama mediática.

Más cercana al infierno que al paraíso, durante la Segunda Guerra Mundial la isla de Tarawa –en donde se asienta la capital– fue escenario de una sangrienta batalla que terminó con una efímera ocupación japonesa y restableció el dominio británico iniciado en el siglo XIX. Ya en los años setenta este territorio insular fue noticia por el agotamiento de sus yacimientos de fosfato, por entonces la principal fuente de ingresos del protectorado inglés, ocurrido luego de un feroz proceso de extracción. Junto con el fosfato se agotó el interés británico por las islas, que se independizaron  adoptando su actual nombre en 1979, con pocos recursos económicos y una alta densidad demográfica, que obligó a emprender esfuerzos colosales para establecer poblados en pequeñísimas islas casi inhabitables.

Quedaron solo los recursos pesqueros y una buena producción de cocos y bananas para sostener la economía de este conjunto de diminutos islotes de arena y arrecifes coralinos. El turismo también hizo lo suyo, con una ayudita del calendario gregoriano. Ubicada justo en la Línea Internacional del Cambio de Fecha, una de sus islas se publicitó como el primer lugar en el que asomarían el Tercer Milenio, un destino ideal para viajeros impacientes.

Como si todo esto fuera poco, una histórica goleada propinada a la selección de fútbol local por la de las Islas Fidji –nada menos que 24 a 0– colocó a Kiribati en los titulares deportivos de todo el mundo. Pero lo más impactante aún estaría por venir.

¿QUIEN DIJO QUE ES FÁCIL?


La vida en Kiribati no parece sencilla. En The Sex Lives of Cannibals: Adrift in the Equatorial Pacifics –una crónica de viajes novelada que se publicó en 2004–, el escritor J. Maarten Troost se ocupó de demoler la fama paradisíaca de estas islas, poniendo sobre el tapete los problemas de  superpoblación  y de abastecimiento  que lo afectan. El autor se refiere satíricamente a cuestiones tales como “la crisis de la cerveza” –ocurrida cuando un barco de transporte dejó su etílico cargamento en una isla equivocada– y la escasez de casi todos los alimentos menos las distintas variedades de pescado.

Claro que todos los problemas cotidianos de Kiribati se convirtieron en un juego de niños cuando, en marzo de 2012, este oceánico país apareció como un firme candidato a batir un triste record. El mismísimo presidente kiribatiano, Anote Tong, fue protagonista de un anuncio con ribetes apocalípticos. El país que gobierna se convertiría en el primero que estaría obligado a mudarse por efectos del cambio climático y de no mediar la ayuda internacional, sus más de cien mil habitantes pasarían a la categoría de refugiados ambientales. Tong retomaba una advertencia de un grupo de científicos que años atrás había colocado a su país en el top ten de los países que el océano se tragaría en el corto o mediano plazo.

Para ello, y quizá como tardía reparación de aquella goleada histórica, Tong pretendería comprar una porción de territorio a Fidji, otra nación insular que, según las estimaciones que desvelan al presidente kiribatiano, también está en riesgo de hundirse en el océano. La propuesta de mudanza representa un esfuerzo titánico, pero sin embargo más modesto que el de la construcción de una plataforma flotante para albergar a toda la población del país, un efímero proyecto rápidamente desechado años atrás.

CUESTION DE MODELOS

 La preocupación del presidente de Kiribati se sustenta en modelos experimentales que predicen posibles escenarios de ascenso del nivel del mar hacia fines del siglo XXI, con rangos tan variables que van desde los veinte centímetros hasta los dos metros. El escenario más extremo significaría el principio del fin para Kiribati y otras naciones insulares, además de poner en peligro regiones costeras continentales. El culpable de este verdadero desastre ambiental sería el derretimiento de los hielos polares provocados por el calentamiento global, el villano con más cara de malo que ronda las cuestiones ambientales contemporáneas.

Claro que los modelos experimentales son sólo eso, modelos. No todos los científicos están de acuerdo respecto de la validez de esos cálculos extremos, que además muchas veces son objeto de tajantes desmentidas producto de la impredecible realidad. Tampoco existe un consenso científico pleno respecto del papel que el hombre juega en la generación del cambio climático, ni en cuáles son los valores reales del crecimiento del nivel del mar, que varían enormemente según cómo y dónde se midan.

Hay otras cuestiones menos hipotéticas, que afectan la estabilidad de las islas oceánicas. Ocurre que, como en las historias de suspenso, los sospechosos principales muchas veces son partícipes necesarios, pero no suficientes para causar un daño.

El archipiélago de Samoa, situado en el Pacífico central, también integra el poco feliz grupo de territorios que corren riesgo de desaparecer en el siglo XXI, o por lo menos de ver reducida su superficie. Pero no tanto por el ascenso del nivel del mar, sino más bien de la mano de fenómenos de erosión de origen pluvial o provocados por los fortísimos vientos que arrecian en sus costas. Otros enemigos concretos de los territorios insulares son los archifamosos tsunamis, que cada tanto descargan su furia en olas descomunales sobre las costas marinas, arrasando todo lo que encuentran a su paso con inusitada violencia. Sin embargo, antes de realizar proyecciones tan sombrías para el futuro de estas islas, se deben tener en cuenta otros factores que el equilibrio natural pone en juego y que podrían significar una garantía de supervivencia para estas naciones insulares frente a los cambios en el nivel del mar.

DARWINISMO INSULAR


Casi todas las islas que componen la República de Kiribati son atolones coralinos, un tipo de islas muy común en mares tropicales y subtropicales, que apenas se elevan por sobre el nivel del mar y surgieron a partir de antiquísimos volcanes hundidos en el océano. Estas formaciones insulares suelen tener formas más o menos similares a los de un anillo y encerrar lagunas de aguas saladas. Poco aptos para casi todas las actividades productivas, algunos de ellos adquirieron fama por ser sede de sucesivos ensayos nucleares, como el Atolón de Mururoa en la Polinesia francesa.

En 1842 fue Charles Darwin quien ensayó una explicación acerca de la dinámica de los atolones y otras islas tropicales que había avistado en sus viajes por el Pacífico, a partir de la descripción de la secuencia de hundimiento de los volcanes oceánicos. Los picos de estos volcanes asoman a la superficie originando islas volcánicas que a medida que se hunden en el océano se van rodeando por el crecimiento de un arrecife de coral, una agrupación de microorganismos marinos extremadamente pequeños y sencillos que son propios de las aguas cálidas y viven preferentemente cerca de la superficie. Desde las plataformas submarinas de escasa profundidad, el coral crece ascendiendo hasta la superficie, donde se dan las condiciones óptimas para su actividad biológica. La masa coralina se detiene o avanza en su crecimiento en un juego de equilibrios con el nivel del mar, que otorga bastante estabilidad a estas islas planas y bajas.

SALIENDO A FLOTE


No todos los pronósticos de los científicos son tan terribles para el futuro de los atolones del Pacífico. Un trabajo publicado en 2010 en la revista New Scientist presenta una visión bien distinta sobre la evolución de estas islas y minimiza los riesgos de su supervivencia. En base a imágenes satelitales y fotografías históricas, un equipo de investigadores de la Universidad de Auckland y de la Comisión de Geociencia Aplicada al Pacífico Sur postula que en los últimos sesenta años, la superficie del conjunto de islas que supuestamente desaparecerá por efecto del cambio climático se ha mantenido estable o ha aumentado, salvo en algunos casos excepcionales que incluyen a dos minúsculas islas de Kiribati.

Según el artículo, Tuvalu, una de las islas que aparecían como de las más amenazadas por el ascenso del nivel del mar, en realidad habría extendido su superficie en un tres por ciento en los últimos cincuenta años. También habrían crecido algunas islas del archipiélago que gobierna Anote Tong, entre ellas la que asienta a su capital. El crecimiento parece deberse al ciclo biótico del coral y encaja con la explicación que dio Darwin hace casi dos siglos.

La existencia de las islas oceánicas está atada a múltiples factores y se sostiene principalmente en base a una enorme capacidad de autorregulación, que la naturaleza viene desplegando por millones de años. La ciencia dispone de tiempos mucho más breves y debe ser cuidadosa para no caer en conclusiones apresuradas en su afán de comprender fenómenos de formidable complejidad.

miércoles, noviembre 06, 2013

Despertar al Futuro - Reportaje

Resumen: 

 ¿Cómo era el futuro en el pasado? 

Algunas novelas lo muestran. Antes de que las máquinas literarias permitieran viajar en el tiempo, algunos escritores habían hecho dormir largos sueños a sus personajes para despertarles luego en un futuro remoto. Recuperar esas imágenes del futuro que vienen del pasado permite comprobar que algunas profecías literarias se han hecho sorprendentemente reales. 

Consultado en [http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2852-2013-06-04.html]

DESPERTAR AL FUTURO

 Fuente de la Imagen:
http://www.bibliotecapleyades.net/imagenes_ciencia/conscious_universe343_01.jpg

Para averiguar qué les esperaba a nuestros descendientes, los escritores de ciencia ficción, antes de que se les ocurriera inventar la máquina del tiempo, no contaban con otro recurso que dormir a sus personajes y despertarlos un siglo más tarde. Al ponerlos en estado vegetativo y suspender sus funciones vitales, era posible despertarlos en un mundo sin duda lleno de sorpresas agradables. Era el viejo esquema de Rip van Winkle, el mismo de la Bella Durmiente.

El relato del progreso también permitía pensar que, conociendo el continuo avance de la medicina, un paciente terminal podría subsistir hasta el día en que los médicos hubieran aprendido cómo curarlo y hasta disponerse a comenzar una nueva vida.

Esta última idea era mucho más pragmática que la mera curiosidad de conocer el futuro, pero no dejó de interesar a los escritores, los cuales a su vez se la transfirieron a esos creativos que siempre están pensando en cómo poner en práctica las ideas. De este modo llegamos a tener toda una industria que se ocupa de la preservación criogénica. Gracias a ella, quienes puedan pagar por adelantado o tengan herederos que estén dispuestos a hacerse cargo de las facturas, pueden congelarse hoy y esperar el día en que la ciencia esté en condiciones de restaurar su cuerpo.

H. G. Wells, quien quizá sea el padre de la ciencia ficción, fue uno de los primeros escritores que usaron el recurso de dormir al personaje y despertarlo en el futuro. Como buen utopista, lo usó para ilustrar sus ideas sobre la sociedad, la historia y el progreso, que no eran precisamente optimistas.

Robert A. Heinlein, un autor que cabría situar casi en sus antípodas ideológicas, volvió a hacerlo sesenta años después, y hasta se diría que se propuso corregir a Wells. Como era previsible, los aciertos de ambos superan apenas los errores, pero no dejan de darnos algunas sorpresas. Hasta pueden hacernos alguna sugerencia a la hora de moderar nuestras propias fantasías del futuro.

El durmiente victoriano


H. G. Wells estaba tan poco satisfecho con su novela Cuando el durmiente despierta (1899) que la reescribió diez años más tarde, cuando ya se había hecho popular.

Graham, su protagonista, sufre de un terrible insomnio por culpa del estrés. Un caminante lo encuentra al borde del suicidio y se lo lleva a su casa. Pero en cuanto logra relajarse Graham cae en un profundo “trance cataléptico”, en el cual permanecerá nada menos que 203 años. Cuando despierta (en el 2104) el durmiente está en un sanatorio donde lo tienen prácticamente secuestrado, y le da bastante trabajo enterarse de cuánto ha cambiado el mundo.

Las ciudades están llenas de edificios titánicos, unidas por puentes voladizos, plataformas y caminos elevados. El tránsito circula por cintas transportadoras de gran velocidad que llevan plataformas con pasajeros. La energía es de origen eólico y toda la ciudad destella de luces gracias a la electricidad.
Sin embargo no hay libros ni diarios, porque los medios audiovisuales los han desplazado, y la gente está pendiente de la cháchara de unas Máquinas Parlantes que cuentan trivialidades. Se habla un idioma que apenas se parece al inglés, porque se escribe por fonética, y también han cambiado las unidades de medida. Hay aviones (de alas enteladas y un solo pasajero) y también televisión, que tiene pantalla oval y se llama tele-kineto-fotografía. El cine viene en cilindros y uno puede verlo en su casa, como ahora. De las películas que encuentra en su cuarto, Graham rescata El corazón de las tinieblas de Conrad, y una titulada La Madonna del futuro. La novela de Conrad acababa de publicarse, y había que tener buen ojo para darse cuenta de que sería un clásico, pero nadie podía imaginar que algún día una diva pop se haría llamar Madonna...

En cuanto va enterándose de cómo es el nuevo mundo, Graham se acuerda con tristeza de El Año 2000 de Bellamy, porque constata que no han llegado el socialismo ni la utopía. Es cierto que la moral es más liberal y que los ricos disfrutan de sus Ciudades del Placer, pero los pobres no tienen ni siquiera el derecho a la eutanasia. La gente anda vestida con el color que identifica su clase. La mayoría lleva mamelucos de lona azul; son empleados del Ministerio del Trabajo, que los rescata de la calle y les da empleos serviles que apenas les permiten sobrevivir.

Las ciudades son monstruosas (Londres tiene 33 millones de habitantes) pero el campo se ha despoblado. La falta de libertad está garantizada por la desinformación y una eficaz represión policial.
Graham descubre por qué todos quieren verlo, cuando se entera de que es algo así como el amo del mundo. Ocurre que gracias al interés compuesto y la especulación bursátil, que multiplicaron sus modestos ahorros, ha terminado por ser el mayor de los propietarios. Hay dos bandos que se lo disputan: el comité que administra su dinero y un líder revolucionario que invoca su nombre. Mientras el pueblo le reclama que haga justicia, Graham logra escaparse del hospital pero es secuestrado por los revolucionarios que están por derrocar al Consejo. El nuevo dictador lo usará como figura decorativa, pero el poder será para él. Al fin el pueblo y el dictador se enfrentan en una batalla aérea, y la novela concluye casi abruptamente.

Como vemos, Wells no deja de tener algunos aciertos en cuanto a la tecnología. Tampoco era demasiado audaz imaginar que la injusticia podía cambiar de discurso sin dejar de ser lo que es. Pero lo más irónico es que pudiera pensar que el interés compuesto y algunas acertadas inversiones bursátiles pudieran hacer crecer el capital al infinito. Nunca imaginó la inflación, las devaluaciones, las burbujas financieras, los cambios de moneda, los ajustes, corralitos y corralones que a lo largo del siglo XX hicieron definitivamente imposible que el ahorro fuera la base de la fortuna, como todavía creían los victorianos.

El durmiente californiano


Robert A. Heinlein fue un escritor que podemos llamar polémico, si preferimos no profundizar en sus ideas políticas, pero nadie puede negar que fue el autor de ciencia ficción más exitoso de su tiempo.

Cuando Heinlein escribió Puerta al verano (1957) ya se hablaba de criopreservación, y eso le permitió imaginar una clínica dedicada a ese negocio. La ubicó en Riverside (California), y su novela inspiró a los fundadores de Alcor, la primera empresa del rubro, que fue a instalarse precisamente allí. Pero Heinlein, que había apoyado el proyecto, a la hora de morir pidió que lo cremaran.

Heinlein era un arquitecto apasionado por la tecnología. Por eso hizo que Daniel Davis, el protagonista de su novela, fuera ingeniero. De hecho, si descartamos algunas intrigas y un casto romance, de lo que más se habla en el libro es de tecnología.

Daniel acaba de ser estafado por su novia y su mejor amigo, que lo han dejado sin un dólar y le han robado su empresa. Está quebrado, y reserva una plaza para ser congelado, pensando que quizás en el año 2000 le irá mejor. Como ha leído a Wells, no confía mucho en la caja de ahorro ni en el interés compuesto. Descarta los bonos del Estado, por miedo a la inflación y especula con hacerse rico aportando a un fondo de pensión que le permitirá despertar joven y jubilado. Pero para asegurar el futuro de su ahijada, le deja acciones del área de las tecnologías de punta, como la automatización y el desarrollo de alimentos a base de algas, que imagina serán las grandes industrias del año 2000. De hecho, la robótica pudo ser un buen negocio, pero de las algas nadie habla. Con los transgénicos le hubiera ido mejor, pero todavía no habían llegado Watson y Crick.

Cuando Daniel aún no ha terminado de decidirse, sus ex socios lo duermen y se lo sacan de encima mandándolo a congelar. Corre el año 1970 y cuando despierte será el 2000. Como el plazo es corto y su futuro ya está en nuestro pasado, podemos hacer un balance más ajustado que en el caso de Wells.

Davis es una especie de Edison de la robótica, y tiene dos principios: “no desarrollar un producto desde cero sino aprovechar lo que hay en el mercado” y “no pensar en reparar sino en reemplazar componentes”. Cualquiera diría que dio en el blanco, porque no se puede negar que ése es el curso que siguió la innovación tecnológica.

En 1970, cuando lo ponen en hipotermia, Davis ya ha diseñado un par de robots domésticos que limpian pisos y ventanas. También ha creado un dispositivo para dibujar planos y proyecciones usando un teclado, y ha inventado una máquina de escribir con reconocimiento de voz, que es capaz de responder a un dictado. Todo un acierto, hace cincuenta años.
El día que lo descongelan, Davis es atendido por un robot enfermero que se parece mucho a los que él diseñaba, porque todos sus planos han sido robados o copiados. Lo que más le llama la atención es el diario, que viene en color y con fotos estéreo. Se lee en una pantalla táctil, porque basta tocarla para que pasen las hojas. Año más o menos, es otro notable acierto.

Las noticias que trae el diario merecen un párrafo aparte. Según los titulares, “Pakistán amenaza a la India” y una gran potencia asiática ha desplazado a los Estados Unidos del mercado latinoamericano. Podrían ser noticias reales del 2000, de no ser porque también prevé más violencia racial en Sudáfrica, algo que Mandela logró evitar. Heinlein imagina el alquiler de vientres, pero también viajes a Marte, y algo que está mucho más lejos, como la “gravedad cero”.

A diferencia del durmiente de Wells, Daniel descubre que la empresa de la cual tenía acciones quebró, de manera que está peor que antes. Consigue trabajo en una fábrica donde tiene que supervisar robots que aplastan y mandan a fundir autos 0 Km, con el fin de mantener activo el consumo. Con el tiempo, logra actualizar sus conocimientos, pero sólo consigue empleo en la fábrica de robots, donde cumple el papel simbólico de Fundador para las relaciones públicas, un destino similar al del personaje de Wells.

Al fin, logra encontrar a un físico que está experimentando con una máquina del tiempo. Con ella vuelve al pasado, arregla sus asuntos de patentes, se congela de nuevo y regresa al futuro justo para el tiempo que su ahijada, ya mujer, despierte del sueño artificial. THE END.

Este despliegue oportunista de recursos del género no habla muy bien de la novela, pero quizá nos ayude a sacar una conclusión que valga para ambos autores. Parecería que es bastante fácil imaginar la evolución de la tecnología extrapolando las tendencias del presente, siempre y cuando no haya imprevistas revoluciones.
Anticipar el futuro de la sociedad es más complicado, como se nota en el caso de Wells, que se arriesga a un plazo más largo. Sorprende encontrarse con el clientelismo, pero no tanto que los políticos y cortesanos sigan siendo frívolos, que los peluqueros se cuenten entre las figuras más respetadas o que la educación esté reducida a inculcar conocimientos profesionales para evitar que la gente piense. Puede parecernos absurdo que en el futuro de Heinlein se aplasten autos nuevos para sostener el consumo, pero lo que nosotros hacemos es mandarlos a la calle para que se aplasten con gente adentro.

Por lo visto, la marcha de las cosas políticas, sociales y económicas tiene un mayor margen de imprevisibilidad. Como que depende de los caprichosos seres humanos.