Resumen
En medio del Pacífico, entre Australia y Hawai, están las islas Kiribati, un archipiélago coralino para el que los efectos del cambio climático pueden ser letales. La escasa altura de algunas de sus islas las hacen muy vulnerables si el nivel del mar sube lo que algunos pronostican para el final del siglo XXI. Las alternativas para sus habitantes hacen que en estos territorios se anticipen los retos ambientales de otras zonas litorales en el mundo.
Consultado en [http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2689-2012-04-28.html]
Hundiéndose en un mar de Hipótesis
En tren de soñar con unas
vacaciones reparadoras, la imaginación suele depositarnos en alguna isla del
Pacífico bien alejada de los problemas cotidianos. Casi a mitad de camino entre
Australia y Hawai se encuentran unas islas que los folletos de las agencias de
viajes promocionaban en los años noventa
como lo más parecido al Paraíso en la Tierra por “sus únicas aguas color
turquesa rodeadas por palmeras”. Tan bello destino no era otro que Kiribati,
una nación del Pacífico central –formada por tres conjuntos de islas bastante
lejanas entre sí, las Gilbert, las Fénix y las Line– que por asuntos muy
diversos gozan cada tanto de unos cuantos minutos de fama mediática.
Más cercana al infierno que al
paraíso, durante la Segunda Guerra Mundial la isla de Tarawa –en donde se
asienta la capital– fue escenario de una sangrienta batalla que terminó con una
efímera ocupación japonesa y restableció el dominio británico iniciado en el
siglo XIX. Ya en los años setenta este territorio insular fue noticia por el agotamiento
de sus yacimientos de fosfato, por entonces la principal fuente de ingresos del
protectorado inglés, ocurrido luego de un feroz proceso de extracción. Junto
con el fosfato se agotó el interés británico por las islas, que se
independizaron adoptando su actual
nombre en 1979, con pocos recursos económicos y una alta densidad demográfica,
que obligó a emprender esfuerzos colosales para establecer poblados en
pequeñísimas islas casi inhabitables.
Quedaron solo los recursos
pesqueros y una buena producción de cocos y bananas para sostener la economía
de este conjunto de diminutos islotes de arena y arrecifes coralinos. El
turismo también hizo lo suyo, con una ayudita del calendario gregoriano.
Ubicada justo en la Línea Internacional del Cambio de Fecha, una de sus islas
se publicitó como el primer lugar en el que asomarían el Tercer Milenio, un
destino ideal para viajeros impacientes.
Como si todo esto fuera poco, una histórica goleada
propinada a la selección de fútbol local por la de las Islas Fidji –nada menos
que 24 a 0– colocó a Kiribati en los titulares deportivos de todo el mundo.
Pero lo más impactante aún estaría por venir.
¿QUIEN DIJO QUE ES FÁCIL?
La vida en Kiribati no parece
sencilla. En The Sex Lives of Cannibals: Adrift in the Equatorial Pacifics –una
crónica de viajes novelada que se publicó en 2004–, el escritor J. Maarten
Troost se ocupó de demoler la fama paradisíaca de estas islas, poniendo sobre
el tapete los problemas de
superpoblación y de
abastecimiento que lo afectan. El autor
se refiere satíricamente a cuestiones tales como “la crisis de la cerveza”
–ocurrida cuando un barco de transporte dejó su etílico cargamento en una isla
equivocada– y la escasez de casi todos los alimentos menos las distintas
variedades de pescado.
Claro que todos los problemas
cotidianos de Kiribati se convirtieron en un juego de niños cuando, en marzo de
2012, este oceánico país apareció como un firme candidato a batir un triste
record. El mismísimo presidente kiribatiano, Anote Tong, fue protagonista de un
anuncio con ribetes apocalípticos. El país que gobierna se convertiría en el
primero que estaría obligado a mudarse por efectos del cambio climático y de no
mediar la ayuda internacional, sus más de cien mil habitantes pasarían a la
categoría de refugiados ambientales. Tong retomaba una advertencia de un grupo
de científicos que años atrás había colocado a su país en el top ten de los
países que el océano se tragaría en el corto o mediano plazo.
Para ello, y quizá como tardía
reparación de aquella goleada histórica, Tong pretendería comprar una porción
de territorio a Fidji, otra nación insular que, según las estimaciones que
desvelan al presidente kiribatiano, también está en riesgo de hundirse en el
océano. La propuesta de mudanza representa un esfuerzo titánico, pero sin
embargo más modesto que el de la construcción de una plataforma flotante para
albergar a toda la población del país, un efímero proyecto rápidamente
desechado años atrás.
CUESTION DE MODELOS
La preocupación del presidente de
Kiribati se sustenta en modelos experimentales que predicen posibles escenarios
de ascenso del nivel del mar hacia fines del siglo XXI, con rangos tan
variables que van desde los veinte centímetros hasta los dos metros. El
escenario más extremo significaría el principio del fin para Kiribati y otras
naciones insulares, además de poner en peligro regiones costeras continentales.
El culpable de este verdadero desastre ambiental sería el derretimiento de los
hielos polares provocados por el calentamiento global, el villano con más cara
de malo que ronda las cuestiones ambientales contemporáneas.
Claro que los modelos
experimentales son sólo eso, modelos. No todos los científicos están de acuerdo
respecto de la validez de esos cálculos extremos, que además muchas veces son
objeto de tajantes desmentidas producto de la impredecible realidad. Tampoco
existe un consenso científico pleno respecto del papel que el hombre juega en
la generación del cambio climático, ni en cuáles son los valores reales del
crecimiento del nivel del mar, que varían enormemente según cómo y dónde se
midan.
Hay otras cuestiones menos
hipotéticas, que afectan la estabilidad de las islas oceánicas. Ocurre que,
como en las historias de suspenso, los sospechosos principales muchas veces son
partícipes necesarios, pero no suficientes para causar un daño.
El archipiélago de Samoa, situado
en el Pacífico central, también integra el poco feliz grupo de territorios que
corren riesgo de desaparecer en el siglo XXI, o por lo menos de ver reducida su
superficie. Pero no tanto por el ascenso del nivel del mar, sino más bien de la
mano de fenómenos de erosión de origen pluvial o provocados por los fortísimos
vientos que arrecian en sus costas. Otros enemigos concretos de los territorios
insulares son los archifamosos tsunamis, que cada tanto descargan su furia en
olas descomunales sobre las costas marinas, arrasando todo lo que encuentran a
su paso con inusitada violencia. Sin embargo, antes de realizar proyecciones
tan sombrías para el futuro de estas islas, se deben tener en cuenta otros
factores que el equilibrio natural pone en juego y que podrían significar una
garantía de supervivencia para estas naciones insulares frente a los cambios en
el nivel del mar.
DARWINISMO INSULAR
Casi todas las islas que componen
la República de Kiribati son atolones coralinos, un tipo de islas muy común en
mares tropicales y subtropicales, que apenas se elevan por sobre el nivel del
mar y surgieron a partir de antiquísimos volcanes hundidos en el océano. Estas
formaciones insulares suelen tener formas más o menos similares a los de un
anillo y encerrar lagunas de aguas saladas. Poco aptos para casi todas las
actividades productivas, algunos de ellos adquirieron fama por ser sede de
sucesivos ensayos nucleares, como el Atolón de Mururoa en la Polinesia
francesa.
En 1842 fue Charles Darwin quien
ensayó una explicación acerca de la dinámica de los atolones y otras islas
tropicales que había avistado en sus viajes por el Pacífico, a partir de la
descripción de la secuencia de hundimiento de los volcanes oceánicos. Los picos
de estos volcanes asoman a la superficie originando islas volcánicas que a
medida que se hunden en el océano se van rodeando por el crecimiento de un
arrecife de coral, una agrupación de microorganismos marinos extremadamente
pequeños y sencillos que son propios de las aguas cálidas y viven
preferentemente cerca de la superficie. Desde las plataformas submarinas de escasa profundidad, el coral
crece ascendiendo hasta la superficie, donde se dan las condiciones óptimas
para su actividad biológica. La masa coralina se detiene o avanza en su
crecimiento en un juego de equilibrios con el nivel del mar, que otorga bastante
estabilidad a estas islas planas y bajas.
SALIENDO A FLOTE
No todos los pronósticos de los
científicos son tan terribles para el futuro de los atolones del Pacífico. Un
trabajo publicado en 2010 en la revista New Scientist presenta una visión bien
distinta sobre la evolución de estas islas y minimiza los riesgos de su
supervivencia. En base a imágenes satelitales y fotografías históricas, un
equipo de investigadores de la Universidad de Auckland y de la Comisión de
Geociencia Aplicada al Pacífico Sur postula que en los últimos sesenta años, la
superficie del conjunto de islas que supuestamente desaparecerá por efecto del
cambio climático se ha mantenido estable o ha aumentado, salvo en algunos casos
excepcionales que incluyen a dos minúsculas islas de Kiribati.
Según el artículo, Tuvalu, una de
las islas que aparecían como de las más amenazadas por el ascenso del nivel del
mar, en realidad habría extendido su superficie en un tres por ciento en los
últimos cincuenta años. También habrían crecido algunas islas del archipiélago
que gobierna Anote Tong, entre ellas la que asienta a su capital. El
crecimiento parece deberse al ciclo biótico del coral y encaja con la
explicación que dio Darwin hace casi dos siglos.
La existencia de las islas
oceánicas está atada a múltiples factores y se sostiene principalmente en base
a una enorme capacidad de autorregulación, que la naturaleza viene desplegando
por millones de años. La ciencia dispone de tiempos
mucho más breves y debe ser cuidadosa para no caer en conclusiones apresuradas
en su afán de comprender fenómenos de formidable complejidad.
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